El 20 de mayo de 1588, tras varios meses de preparativos, partía desde Lisboa la Armada española hacia Inglaterra. Mientras las naves iniciaban la travesía, cientos de personas aclamaban a los marineros que acababan de embarcarse en la que resultaría ser una misión imposible. El inicio no fue sino un mal presagio, un avance de lo que sucedería después. En efecto, cuando aún podía distinguirse el contorno de las costas de España, la expedición fue sorprendida por una espectacular tormenta, provocando graves desperfectos en algunos de los barcos, haciéndose necesario que la Armada buscara refugio en los puertos de Vizcaya y Galicia. El inicio de las operaciones, por tanto, tuvo que retrasarse.
Dos meses después, el 19 de julio, varios capitanes ingleses de gran prestigio se entretenían jugando a los bolos en Plymouth. Se trataba de Francis Drake, John Hawkins y Martin Frobisher, a los que acompañaba el Alto Almirante de Inglaterra, lord Howard de Effingham. La serenidad de los ingleses en los momentos previos del inevitable enfrentamiento con la Armada española parecía ser, en este caso, el signo evidente de un buen augurio. Ciertamente, tan confiados parecían estar que, cuando ese mismo día, mientras celebraban la partida de bolos, les llegó la noticia del avistamiento de un barco español, Drake dijo que no había por qué suspender la competición, pues tendrían tiempo de sobra para hacer frente al enemigo.
Antes de comenzar el relato de los hechos de armas, conviene hacer un análisis de la situación en la que se encontraban los dos países enemigos en aquellos años, así como de las causas que llevaron al monarca español, Felipe II, a tomar la decisión de aventurarse en tan arriesgada empresa.
Felipe II de España |
Isabel I de Inglaterra |
Hoy día nos resulta difícil comprender cómo pudo ser posible que Felipe II, el gran defensor de la fe católica, en un momento de su vida en el que ya había alcanzado la madurez -tenía 32 años-, intentara casarse con Isabel I, anglicana convencida. Las razones pudieron ser varias, siempre partiendo de la base de que el monarca español continuaba con la idea de la unión dinástica entre los dos países. Así, no podemos descartar que, una vez casado con Isabel, habría podido "reconducir" a ésta por el camino de la fe católica, salvando a Inglaterra de la "epidemia" protestante que se extendía
peligrosamente por Europa.
María Estuardo |
En este pulso que se acababa de iniciar, a primera vista, quien parecía tener una gran ventaja era España, que se encontraba, por entonces, en su momento álgido de poder, y que contaba con un ejército y unas fuerzas navales capaces de seguir conquistando y hacer aún más extensos los dominios sobre los que gobernaba de forma incontestable el monarca más poderoso de aquellos tiempos. No es de extrañar, por tanto, que Isabel I le tuviera un miedo atroz a España, a su poderoso ejército -el de los famosos tercios- y a su gran Armada, la más numerosa y mejor equipada de Europa. Con semejantes cartas de presentación, Felipe II podía sentirse seguro. Por el contrario, cuando Isabel I comienza a reinar, el futuro de Inglaterra es una incógnita. En efecto, ante la nueva reina se presentaba un horizonte nada esperanzador, dominado por las luchas religiosas, la decepción, desde finales del reinado de María Tudor, por la pérdida de Calais, última posesión que le quedaba a los ingleses en Francia y, como ya se ha dicho antes, por la falta de unanimidad entre el pueblo acerca de la legitimidad de Isabel, pues, para los católicos, era María Estuardo quien debía poseer la corona de Inglaterra. En los años posteriores a 1570, los dos reyes más poderosos de Europa terminaron convirtiéndose en los peores enemigos.
La idea de invadir la gran isla, sin embargo, no era nueva. Felipe II había tenido varias propuestas, años atrás, por parte del duque de Alba y de don Juan de Austria, ambos con objetivos distintos; el primero quería acabar con el protestantismo y, el segundo, soñaba con ocupar el trono de Inglaterra. Por otro lado, las repetidas conspiraciones contra Isabel I, provocaron la expulsión del embajador español, Bernardino de Mendoza, en 1584. Desde ese momento, puede considerarse que, de forma implícita, quedó declarada la guerra entre ambos países, aunque las acciones militares tardarían unos años en llegar, pues los preparativos para semejante empresa debían hacerse con todo detalle, como opinaba don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz. Para este insigne marino, la precipitación podría ser lo peor para los intereses de España. El rey, por el contrario, quería que se aceleraran los preparativos. Además, Felipe II contaba con el apoyo del Papa, Sixto V, al que convenció del carácter exclusivamente religioso que tenía su misión. Por este motivo, y para legitimar la acción de España, Sixto V renovó la excomunión promulgada contra Isabel I, años atrás, por Pío V.
El marqués de Santa Cruz |
Sir Francis Drake |
Los ingleses, lógicamente, no mordieron el anzuelo lanzado por los embajadores españoles y la reina Isabel, temerosa por una posible represalia tras la ejecución de María Estuardo, ordenó a Francis Drake, en abril de 1587, que se dirigiera a España para ver qué se estaba tramando allí. El corsario inglés protagonizó el saqueo del puerto de Cádiz, uno de los hechos más dolorosos para Felipe II. El mismo Drake escribió después: "Hundimos un barco vizcaíno de 1.200 toneladas, incendiamos otro de 1.500, perteneciente al marqués de Santa Cruz, y acabamos con otros 31 de 1.000, 800, 600, 400 y 200 toneladas..." A continuación, Drake se dirigió a Lisboa, donde también incendió algunos barcos y destruyó un gran número de suministros. Orgulloso de sus acciones, dijo que "le habían chamuscado la barba al rey de España". Además, causó graves daños a las pesquerías portuguesas del Algarve. En fin, Drake fue una auténtica calamidad para los españoles y, si hubieran llegado refuerzos (sólo contaba con 23 barcos), quizá podría haber disuelto la concentración de la Armada española. En todo caso, logró que se retrasara su partida, algo que, finalmente, resultó decisivo. En efecto, si la flota del marqués de Santa Cruz hubiera partido antes de finales de septiembre de 1587, como quería Felipe II, Alejandro Farnesio hubiera podido cruzar el Canal de la Mancha, como le diría en una carta a su rey: "De haber llegado el marqués cuando me dijo que le esperara, el desembarco podía haberse efectuado sin dificultad alguna, ya que ni ingleses ni holandeses se hallaban en condiciones de resistir a vuestra flota".
Duque de Medina Sidonia |
Y así, en este punto del relato, retomamos la narración de la partida de la gran Armada, con la que iniciamos este artículo, y donde ya dijimos que, nada más comenzar la expedición, el 30 de mayo de 1588, ésta tuvo que refugiarse en los puertos españoles, tras ser sorprendida por una tormenta. Rápidamente, las noticias de este contratiempo llegaron a Inglaterra. Allí se exageraron sus consecuencias, llegando algunos a afirmar que la expedición española se retrasaría, al menos, un año más. Pero, como ya sabemos, el 19 de julio de 1588, fue visto el primer barco español, en las cercanías de Plymouth, lo que no pilló desprevenidos a los ingleses, pues mantenían la mayor parte de su flota preparada en aquel puerto.
Las órdenes de Felipe II eran que la flota debía navegar por el Canal sin alejarse de la costa francesa y que, en caso de ser atacada, se dirigiera a Calais, donde Alejandro Farnesio estaría esperando con su ejército. Pero, como los españoles no vieron a ningún barco enemigo, decidieron dirigirse directamente a Inglaterra, para destruir a la flota enemiga en su propio terreno. La sorpresa de Medina Sidonia y sus hombres fue mayúscula cuando vieron que, antes de llegar a Plymouth, el almirante inglés lord Howard le salió a su encuentro. Al fin, los enemigos se encontraban frente a frente. Era el inicio de la lucha. En realidad, ésta se redujo a varios combates parciales, que se produjeron a lo largo de unas dos semanas. El primer enfrentamiento se produjo el 21 de julio, frente a Plymouth, y demostró la superioridad de los barcos ingleses, como escribiría más adelante el duque de Medina Sidonia: "Los barcos enemigos eran tan rápidos y manejables, que nada podíamos hacer contra ellos". Ciertamente, los pesados barcos españoles (mercantes armados, galeones o las galeazas), no podían competir con los ligeros barcos ingleses, mucho más rápidos y adecuados para combatir en alta mar. A esto debemos añadir la mejor organización de la Armada inglesa, desde la cuidada selección que hicieron de los marineros, hasta la coordinación que hubo en todo momento entre las flotas de los distintos jefes. Por último, también resultó ser decisivo el armamento, que condicionó la táctica a seguir por las dos escuadras. Así, los ingleses contaban con un gran número de cañones de largo alcance, mientras que, entre los españoles, predominaban los de medio y corto alcance. Esto hacía que la estrategia española se basara en intentar acercarse todo lo posible al enemigo, mientras que la inglesa consistía en procurar dañar los barcos españoles desde una distancia que no pusiera en peligro a los suyos.
Lo más importante de este primer encuentro entre las dos flotas, más que las pérdidas en el lado español, fue que ayudó a reforzar el optimismo de los ingleses y, por el contrario, provocó la decepción entre los marineros españoles, cuando fueron conscientes de las dificultades que tendrían a la hora de abordar los barcos enemigos. En los días posteriores se produjeron otros combates, sin que en ninguno de los dos bandos existieran bajas significativas. Hubo que esperar al día 26 de julio para que sucediera algo significativo. Ese día, los barcos españoles pusieron rumbo a Calais, huyendo de los ingleses. Pero la formidable Armada española, en realidad, no se retiró porque se considerara vencida, sino porque se había quedado sin munición. Y es que, mientras los ingleses, en plena lucha, podían abastecerse de proyectiles en sus puertos, los españoles no podían hacer lo mismo. Para ello, necesitaban dirigirse a Flandes o que Alejandro Farnesio se reuniera con ellos en Calais. De esta manera, como los barcos españoles no podían hacer fuego contra los ingleses, éstos se podían acercar lo suficiente a los navíos españoles y utilizar, así, los cañones de corto alcance, las "culebrinas", mucho más certeras que los cañones de largo alcance. Por lo tanto, antes de ser destrozados por el incansable fuego de los ingleses, la Armada española se dirigió a Calais, a tan sólo 40 kilómetros de Dunkerke, donde esperaba Farnesio. Una vez en Calais, llegó un mensajero enviado por el duque de Parma, quien comunicó a Medina Sidonia que sus hombres no podían embarcar porque los puertos que estaban bajo su dominio en Flandes estaban siendo bloqueados por barcos holandeses, dirigidos por Justino de Nassau.
El siguiente hecho destacable -y que acabaría decidiendo el signo del conflicto- sucedió la noche del 7 de agosto. Esa noche, los barcos españoles se encontraban anclados frente a Calais, colocados en posición defensiva. De repente, en medio de la negrura de la noche, aparecieron ocho brulotes (barcos incendiados, sin tripulación y cargados con explosivos) que provocaron el pánico entre los hombres de Medina Sidonia. Éste, sin tiempo para pensar, ordenó levantar anclas y navegar, huyendo de los brulotes. Pero, en la oscuridad, maniobrar resultaba difícil, y algunos barcos chocaron entre sí, otros encallaron en la playa y, en general, la flota quedó diseminada por la costa flamenca. En ese momento, como no podían volver a refugiarse en Calais, había que hacer un último esfuerzo por agruparse e intentar llegar hasta donde se encontraba Alejandro Farnesio y conseguir los tan ansiados refuerzos.
Alejandro Farnesio |
Los males, sin embargo, no terminaron para la expedición española, puesto que, a las bajas que hasta entonces se habían producido, hubo que sumar la de unos 20 barcos que naufragaron en las costas de Irlanda. La mayoría de los marineros que sobrevivieron a los naufragios fueron asesinados.Y, en cuanto a los marineros de los barcos que esquivaron el naufragio, muchos de ellos murieron en la travesía o después de llegar a España, debido a la gravedad de sus heridas o por enfermedades que se convirtieron en mortales al escasear los alimentos y el agua durante su viaje de regreso.
Galeaza española |
Indudablemente, la derrota española fue incuestionable, aunque se ha magnificado por muchos historiadores ingleses del pasado. Actualmente, sin embargo, todos parecen estar de acuerdo en que esa derrota no acabó con la fuerza naval española, pues los ingleses no pudieron romper el sistema de comunicaciones del Imperio español, e, incluso, sufrieron algunas estrepitosas derrotas en años posteriores, como en 1591, cuando uno de sus mejores barcos, el Revenge, cayó en manos de los españoles, o en 1595, cuando fracasó la expedición de Drake y Hawkins en América.
El desastre de la Armada Invencible no supuso el final de la guerra anglo-española. La paz definitiva no llegó hasta 1604, cuando ya habían desaparecido de la escena Felipe II e Isabel I, quienes, al igual que sucediera en el conflicto entre Carlos V y Francisco I, llegaron al final de sus días sin poder disfrutar del sabor de una victoria absoluta y definitiva sobre su rival.
Interesante
ResponderEliminargenial
ResponderEliminarMuy bien, mira a ver si corriges la interpretación que sobre la armada Invencible da la Wikipedia.
ResponderEliminarMuy bien
ResponderEliminarEstupendo! Brilliant! Voy a leer más!
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