domingo, 15 de noviembre de 2020

El principio del fin de Roma: El Imperio de Occidente tras la muerte de Teodosio (395-418)


  "El curso del Imperio. Destrucción", por Thomas Cole (1836)


En este artículo abarcaremos un corto período de tiempo. Se trata, en efecto, de pocos años -apenas veinte-, pero tan rebosantes de acontecimientos que, finalmente, éstos resultarían decisivos en el proceso de descomposición del Imperio Romano de Occidente. En concreto, partiremos del año 395, cuando se produjo la muerte del emperador Teodosio, y finalizaremos en el año 418, fecha en la que los visigodos legalizaron la situación del Reino que habían fundado en la Galia, tras pactar con las autoridades romanas. Pero, antes de comenzar con la narración de los hechos, es conveniente que dediquemos unas líneas a aquellos que terminarían convirtiéndose en los protagonistas de esta historia, los llamados “bárbaros”, y que nos ocupemos de algunos factores que explican el éxito de sus invasiones.


El término “bárbaro” fue heredado por Roma de los griegos, y hacía referencia a todos aquellos pueblos que vivían más allá de las fronteras, tanto del mundo helénico, como del romano. En el caso del Imperio Romano, muy poco fue el interés que mostraron sus autoridades por unas gentes por las que, en principio, no tenían por qué preocuparse. De hecho, hasta el siglo III, las acciones guerreras se saldaron con contundentes victorias de Roma, como sucedió en la campaña militar de Trajano, en la Dacia. Sin embargo, a partir del siglo III, la crisis que provocó tantos problemas internos en el Imperio fue aprovechada por los “germani” (germanos), expresión también de origen griego para referirse a estos pueblos, que lograron traspasar en numerosas ocasiones las fronteras del Imperio, arrasando las ciudades que encontraban a su paso. Estos preocupantes hechos hicieron reaccionar con firmeza a Roma, hasta el punto de que, a finales del siglo III, se llegó a pensar que el peligro que venía del exterior parecía haberse contenido. Sin embargo, el éxito de las invasiones bárbaras no sólo fue el resultado de acciones militares; también se debió a la evolución y a los cambios que se produjeron en las fronteras del Imperio a partir del siglo III:

Las fronteras del Imperio Romano estaban delimitadas por grandes ríos, como el Danubio o el Rin. Y, para defender sus fronteras, los romanos construyeron fortificaciones en amplias zonas a lo largo de las áreas fronterizas. A estas superficies fortificadas se les conocía con el nombre de “limes”. Poco a poco, cuando el Imperio dejó de avanzar territorialmente, muchas zonas del “limes” fueron transformándose en ciudades y éstas, para defenderse del ataque de los bárbaros, construyeron murallas. Este proceso, iniciado en las áreas fronterizas, también se produjo en los territorios del interior, entre los que se incluyó la capital, Roma, y terminó provocando una situación que resultó ser una novedad para el Imperio: la autonomía de las ciudades. En efecto, hasta finales del siglo II, los habitantes de cualquier lugar del Imperio se consideraban ciudadanos romanos, es decir, ciudadanos del Imperio, no de una ciudad en concreto. No tenían murallas, puesto que se sentían seguros al contar con la protección del ejército imperial, las temibles legiones romanas. Por otro lado, estas ciudades, al igual que tenían en común un mismo ejército, también compartían las mismas leyes y la misma lengua, el latín. No obstante, desde el momento en el que comenzaron a levantar las murallas, se quebrantó esa unidad, que era fundamental para el buen funcionamiento del Imperio desde el punto de vista militar, pues cada ciudad comenzó a confiar en su propia autodefensa.

Además de esta evolución del “limes”, hubo otro factor que contribuyó en gran manera en la degradación del Imperio Romano: los cambios que se produjeron en su ejército. Y, entre ellos, el más importante tuvo que ver con el realizado en las tropas que protegían las fronteras, el “limes”. Allí, con el paso del tiempo, las tropas fueron haciéndose cada vez más sedentarias, más estáticas, y esto hizo que comenzaran a recibir tierras que los soldados se encargaron de cultivar. Muchos de aquellos soldados, además, se casaron con mujeres bárbaras, por lo que el “limes” fue mutando hacia un territorio habitado por numerosos matrimonios mixtos; una zona, en definitiva, de encuentro entre romanos y bárbaros. De esta manera, el ejército romano fue nutriéndose, poco a poco, de soldados de sangre extranjera, siendo muchos de ellos hijos de los matrimonios mixtos celebrados en el “limes”. En definitiva, se puede decir que, las llamadas “invasiones bárbaras”, se produjeron no sólo por la llegada de elementos externos, sino también por la propia evolución interna de su ejército.

Una vez hechas estas aclaraciones, comenzaremos nuestro relato propiamente dicho que, como ya advertimos, comienza en el año 395, con la muerte de Teodosio I: 

        
Teodosio I
La desaparición de este Emperador supuso que el Imperio Romano se precipitara hacia su trágico final. En efecto, Teodosio había sabido contener durante muchos años las estampidas de los bárbaros; tan sólo los visigodos lograban hacer daño al poderoso Imperio Romano, sobre todo tras su victoria en la batalla de Adrianópolis (378), momento en el que se inició el principio del fin de Roma, hasta el punto de que algún escritor cristiano de esa época llegó a decir que estaban asistiendo al fin de los tiempos. Pero lo peor estaba aún por llegar, después de una decisión de Teodosio que resultó ser un golpe mortal para Roma: la división del Imperio, tras su fallecimiento, entre sus hijos Arcadio y Honorio. Resulta curioso señalar que, aunque el año 395 ha quedado marcado en la Historia por esta decisión de Teodosio, también fue un año importante para dos de los personajes que más influyeron en la caída de Roma: Alarico y Atila. Efectivamente, en esa fecha se convirtió el primero de ellos en Rey de los visigodos y, además, fue el momento en el que vino al mundo el futuro Rey de los hunos.   

El primer damnificado por la muerte de Teodosio fue Alarico, pues, en vida de Teodosio, el caudillo bárbaro se entendió muy bien con él, hasta el punto de que Alarico llegó a pensar que el Emperador acabaría nombrándole jefe militar de los ejércitos de Roma. Sin embargo, muerto Teodosio, la relación con Honorio y Arcadio fue muy distinta porque, en primer lugar, al tratarse de tres personas, era mucho más complicado llegar a acuerdos. Por otro lado, el Imperio Romano tenía una cuenta pendiente con Alarico: Antes de morir, Teodosio tuvo que hacer frente a un intento de usurpación del poder por parte del romano Eugenio. Teodosio, entonces, buscó el apoyo de los visigodos en su lucha contra el usurpador y prometió a Alarico una gran recompensa económica. Gracias, por tanto, a la ayuda de los visigodos, Teodosio pudo derrotar a su rival en el año 394. Pero, poco después, tras la muerte de Teodosio, Alarico reclamó la recompensa prometida, y ni Honorio ni Arcadio se dieron por aludidos; ninguno de los dos quiso hacerse cargo de las demandas de Alarico que, enfurecido, decidió atacar a sus antiguos aliados.


Alarico I

En primer lugar, Alarico se dirigió hacia la zona oriental del Imperio, saqueando e incendiando numerosas ciudades griegas. Después, satisfecho tras aquellas jornadas de devastación que le proporcionaron suculentos botines, marchó hacia Constantinopla. Pero allí se encontró con Estilicón, un militar romano de origen bárbaro que Teodosio había nombrado magister militum, es decir, jefe del ejército imperial (el puesto que había esperado recibir Alarico). Además, también obtuvo el encargo de Teodosio de ejercer la tutela sobre sus hijos Honorio y Arcadio. El caso es que, en aquella ocasión, Estilicón consiguió mantener Constantinopla a salvo de la ira de Alarico, aunque éste no se dio por vencido, creciendo en su interior aún más el deseo de venganza.

Años después, el Emperador de Occidente, Honorio, comenzó a gestar la idea de reunificar el Imperio. Pero, para lograr su objetivo, Honorio debía derrotar a su hermano Arcadio…Y esto significaba que le haría falta un gran ejército, así como la ayuda de aliados, por lo que pensó en Alarico. De esta manera, una vez más, los visigodos firmaron una alianza con el Imperio Romano, aunque, en esta ocasión, fue sólo con una de sus partes, la occidental. Evidentemente, Alarico no tenía preferencia sobre ninguno de los dos Emperadores; a él sólo le interesaba obtener una jugosa recompensa. 

Flavio Estilicón

Sin embargo, cuando el ataque de Honorio parecía ya inminente, se produjo un hecho absolutamente inesperado: la muerte de Arcadio, en el año 408. Así pues, cuando Alarico y Estilicón habían reunido sus tropas, recibieron la orden de suspender la campaña militar. El Rey de los visigodos, a pesar de todo, exigió a Honorio el pago de lo que habían pactado...¡y el Emperador le prometió que recibiría cerca de dos

mil kilos de oro! Y fue entonces cuando Honorio cometió su mayor error, puesto que, tras pensar que Estilicón y Alarico estaban tramando unirse contra él, ordenó el asesinato de su jefe militar y decidió no saldar la deuda que contrajo con Alarico. Finalmente, Estilicón fue asesinado en agosto del año 408. El plan de Honorio parecía que iba a salir bien, pero no contó con que, tras la muerte de Estilicón, treinta mil soldados que estaban al servicio de Roma se pusieron a las órdenes de Alarico. Éste, con su ejército reforzado y sediento de riquezas tras no haber recibido los dos mil kilos de oro prometidos, se lanzó sobre Italia con una idea fija en su cabeza: conquistar Roma. 

El Emperador Honorio

El primer lugar hacia donde se dirigió Alarico fue Rávena, la auténtica capital del Imperio de Occidente por aquel entonces. Allí negoció con el Emperador o, mejor dicho, le exigió la entrega de extensos territorios. Honorio, sin embargo, dio muestras, de nuevo, de su ineficacia y exceso de confianza a la hora de negociar, y no pareció tomarse en serio la petición de Alarico, que estalló en cólera y ordenó a su ejército la invasión de Roma (agosto del año 410). Antes del ataque, el bárbaro dejó claro a sus tropas que podrían saquear y destruir todo lo que encontraran a su paso, excepto los templos cristianos y los edificios de mayor valor artístico. Casi una semana duró el horror vivido por una ciudad que parecía inexpugnable, el tiempo suficiente para que los saqueadores obtuvieran un increíble botín, un incalculable tesoro del que se dijo que formó parte la Mesa de Salomón (que los romanos, a su vez, saquearon del Templo de Salomón de Jerusalén en el siglo I). Pero, además de este tipo de riquezas, formando parte del botín se encontraban muchos rehenes, y entre ellos destacaba la hermana de Honorio, Gala Placidia, quien se casaría cuatro años después con Ataúlfo, el sucesor de Alarico. El hecho del saqueo de Roma se extendió por todo el Imperio y dejó aterrorizados a todos sus habitantes. Sólo a Honorio pareció no afectarle este calamitoso hecho; incluso, según Procopio, un historiador del siglo VI, la noticia le dejó indiferente una vez que superó su angustia tras comprender que los gritos que anunciaban el fin de Roma se referían a la ciudad… ¡pues Honorio llegó a creer por unos minutos que era su gallina favorita, llamada Roma, la que había muerto!


Gala Placidia

Finalizado el saqueo, Alarico y su ejército se dirigieron hacia el sur, para, desde allí, saltar al norte de África. Pero el bravo guerrero no pudo ver su objetivo cumplido, pues, tras enfermar de malaria, murió en la ciudad de Cosenza. Sus hombres, hondamente impresionados, decidieron situar su tumba donde nadie pudiera encontrarla y, para ello, desviaron el curso del río Busento y excavaron después la fosa en su lecho, donde recostaron a Alarico, acompañado de un tesoro digno sólo de un gran Rey como él. Acabada la ceremonia, las aguas del río cubrieron la fosa, después de que fueran reconducidas a su cauce. Finalmente, los obreros que participaron en las obras fueron ejecutados para evitar que pudieran revelar el lugar donde yacía Alarico.


Mausoleo de Gala Placidia (Rávena)
Tras estos hechos, los visigodos dejaron de ser un peligro para Roma. Y para que eso sucediera, tuvo mucho que ver el ya citado matrimonio de Ataúlfo con Gala Placidia. Tras este enlace, los visigodos demostraron que no era su intención terminar con el Imperio, sino buscar un lugar en el que echar raíces y constituir un Reino. Ese lugar fue la Galia, y allí se asentaron Ataúlfo y su pueblo, aunque la situación no quedó formalizada con Roma hasta el año 418, siendo Walia el Rey de los visigodos. Dicho Reino, con capital en Toulouse, fue el preludio del Reino Visigodo de Toledo, cuya existencia se prolongó hasta la invasión musulmana del año 711.

Sin embargo, el Imperio Romano había resultado malherido tras la tempestad provocada por Alarico…Y aún faltaba por llegar Atila, quien transformó dicha tempestad en un auténtico huracán, dejando a Roma convertida en un juguete roto, en una caricatura de aquel glorioso Imperio que, a pesar de todo y gracias a sus aportaciones a la civilización occidental, se convertiría en eterno.

 

Pedro González-Barba. Profesor de Historia. Colegio Internacional Europa.






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