jueves, 18 de octubre de 2012

Cabeza de Vaca: Su primera odisea americana (1527-1537)


      El primer personaje relacionado con la Historia de América que hemos querido seleccionar para nuestro blog es Álvar Núñez Cabeza de Vaca. En concreto, en este artículo resumiremos una de las aventuras más impresionantes que hayan sido narradas nunca: las que protagonizó este andaluz de Jerez de la Frontera, uno de los miembros de la expedición que tenía como objetivo la conquista y colonización de Florida. De un total de seiscientos hombres que partieron de Sanlúcar de Barrameda, sólo cuatro pudieron regresar con vida. Uno de ellos fue nuestro protagonista, un auténtico héroe que representa -quizá mejor que ningún otro de los conquistadores españoles- el espíritu de superación y de lucha contra la adversidad, rasgos éstos característicos de los hombres hechos de una materia especial, que son los que dejan su huella imborrable en las páginas de la Historia.
         También aprovechamos ahora la ocasión para recomendar una lectura imprescindible, la del libro Naufragios. En él, Cabeza de Vaca nos narra en primera persona y con gran detalle los avatares por los que atravesó la expedición que, con el tiempo, acabó convirtiéndose en una auténtica prueba de supervivencia. Su lectura vuelve a demostrarnos, una vez más, que la realidad puede llegar a parecernos más inverosímil y extraordinaria que la mejor novela de aventuras.
         El 17 de noviembre de 1526, el rey de España, Carlos I, firmó la capitulación que otorgaba a Pánfilo Narváez el cargo de Gobernador de las tierras que conquistara desde el Cabo de la Florida hacia el Norte. Además, Narváez tendría la facultad de colonizar aquellos territorios. Cabeza de Vaca, por su parte, era el tesorero y alguacil mayor. En realidad, por aquel entonces se pensaba que Florida era una isla, y lo único que de ella se conocía era su extremo Sur. Narváez creía que, si avanzaban en dirección Norte, podrían descubrir ricas tierras con abundante oro, como le sucedió a Hernán Cortés en Nueva España.

      Álvar Núñez Cabeza de Vaca 
         Los barcos partieron de Sanlúcar de Barrameda el 17 de junio de 1527. La primera escala, como era habitual en las travesía a las Indias, se hizo en las Canarias y, ya en América, los viajeros hicieron una primera parada en La Española, donde llegaron en agosto. Después se dirigieron a Cuba y, una vez allí, dos de los barcos fueron enviados en busca de más víveres a Trinidad, una villa de dicha isla de Cuba. Uno de esos navíos estaba bajo el mando de Cabeza de Vaca. Y allí, en Trinidad, sufrió Alvar Núñez el primer gran contratiempo: tras desembarcar junto a otros treinta hombres, se desató una terrible tormenta. El  viento huracanado y la incesante lluvia destruyeron prácticamente todas las construcciones  de aquella localidad y, tanto de los barcos como de los marineros que se habían quedado en ellos, no quedó el menor rastro. De esta manera, de los cien hombres que fueron a Trinidad, sólo se salvaron los treinta que desembarcaron junto a Cabeza de Vaca. De todas formas, los apuros de los supervivientes no terminaron ahí, puesto que, además, tuvieron que esperar cinco días, prácticamente sin nada de comer, hasta ser rescatados por los hombres de Narváez.  Lo que sucedió en Cuba, una tragedia para cualquier hombre, para Alvar Núñez no fue nada, en comparación con todo lo que verían después sus ojos. La gran tormenta de Trinidad sería el prólogo de una peligrosa aventura de diez años en la que, cada día, sus protagonistas tuvieron que dar gracias a Dios por seguir vivos.
         Tras estos hechos Narváez decidió que la expedición debía pasar el invierno en el puerto de Jagua, otra localidad de la isla de Cuba. Allí permanecieron hasta febrero de 1528, momento en el que se reanudó la marcha. Habían transcurrido ya ocho meses desde su partida de Sanlúcar de Barrameda y, una vez que los hombres se hicieron de nuevo a la mar, continuaron las dificultades, personificadas en nuevas tormentas que, sin embargo, no impidieron que, el 12 de abril, los barcos se encontraran ante las costas de Florida, parece ser que en la actual Bahía de Moore Haven. Desde los navíos se podían apreciar unas pequeñas construcciones, típicas de los poblados indígenas. Allí tuvo lugar el primer encuentro con los indios. De ello se encargó Alonso Enríquez, que procedió a practicar un rescate, nombre con el que se designaba al intercambio de mercancías entre los españoles y los indígenas. Al principio, éstos se mostraron pacíficos y curiosos aunque, a la mañana siguiente, los españoles comprobaron que habían abandonado el poblado protegidos por la oscuridad de la noche, lo que demuestra que los indígenas no se fiaban de esos hombres que habían aparecido por el mar.
         Una vez establecido el primer contacto, desembarcaron todos los hombres y los 42 famélicos caballos que resistieron tan largo viaje. Los 38 caballos restantes murieron, al no poder superar las penalidades de la travesía. Terminado el desembarco, se procedió a la inspección de los buhíos, nombre dado por los españoles a las casas de los indígenas de América. Con gran decepción, los españoles comprobaron que no había ningún tipo de alimento en ellas. Tan sólo encontraron algunas redes. Mientras continuaban reconociendo el poblado, los indios volvieron a aparecer y, esta vez, se mostraron amenazantes, dando a entender a los extranjeros con gritos y gestos nada amistosos que debían abandonar su poblado. Sin embargo, cuando vieron que los extraños visitantes no tenían la intención de hacerles caso, los indígenas se fueron por donde habían venido. El primer encuentro con un pueblo autóctono de Florida, por tanto, no llegó a más.  Los españoles, por su parte, no querían perder el tiempo, y decidieron iniciar la exploración de aquellas tierras. En ella participaron, además de Narváez, 40 hombres más, entre los que se encontraba Cabeza de Vaca. El primer hecho destacado fue el hallazgo de una bahía; posiblemente se trataba de la actual Bahía de Tampa. Tras pasar allí la noche, regresaron con el resto de la expedición, y Narváez decidió enviar un barco a Cuba en busca de víveres, que empezaban a escasear, pues lo único que abundaba en aquel lugar era el maíz, aunque aún no había madurado. Así pues, y ante la falta de las supuestas riquezas que esperaban encontrar, los españoles, mediante gestos, preguntaron a cuatro indios que habían logrado capturar dónde podían encontrar oro, y éstos les respondieron, haciéndoles señales  dirigidas hacia el horizonte, que tendrían que ir a un lugar llamado Apalache.  
         Fue entonces cuando se vivió un momento decisivo para el futuro de la expedición. En efecto, se produjo una discusión  muy acalorada para establecer qué dirección debían tomar. Por un lado, Cabeza de Vaca era partidario de volver a embarcar y seguir el viaje por mar. Sin embargo, otros opinaban que sería mejor marchar a pie hasta la localidad de Pánuco, una villa fundada por Hernán Cortés en 1522, y que creían que estaba a unos 50 Kilómetros de donde ellos se encontraban. Narváez pensó que la segunda opción era la mejor y le propuso a Cabeza de Vaca quedarse al cargo de los barcos mientras él y otros hombres se internaban, tierra adentro, en busca de Pánuco. El jerezano, sin embargo, se negó y dijo que "más quiero aventurarme al peligro y pasar por lo que los demás pasen que no encargarme de los navíos y dar ocasión a que se pudiese decir que me quedaba por temor y quedase mi honra en disputa y más quiero aventurar mi vida que poner mi honra en esta condición". Así pues, Alvar Núñez fue uno de los hombres que se unió a Narváez en busca de Pánuco. A partir de esos momentos comenzó la auténtica aventura para Alvar Núñez. Y es que, como tantas otras veces sucediera en América, se produjo un gran error en el cálculo de las distancias pues, en realidad, hasta Pánuco había más de 1600 Kilkómetros.
         La marcha hacia Pánuco la emprendieron 300 hombres, 40 de ellos a caballo. Muy pronto, el entusiasmo de todos se mudó en desánimo pues, conforme pasaban los días, no encontraban nada interesante. Ni poblados indios, ni campos de maíz, ni otro tipo de alimentos que llevarse a la boca. Por otro lado, los víveres de los que disponían se acabaron y lo único que pudieron comer fueron los cogollos de una planta, parecida a los palmitos de España. En esas condiciones caminaron durante dos semanas, mientras el cansancio comenzaba a hacer mella en los hombres.
         Así estaban las cosas cuando, tras cruzar un río, se encontraron en la otra orilla con cerca de 200 indios que comenzaron a atacarles. En la refriega, los españoles pudieron capturar a varios indígenas, a los que obligaron a llevarles a su poblado. Una vez allí, pudieron los expedicionarios saciar el hambre, pues había extensos campos de maíz cultivado y ya maduro. Cuando hubieron repuesto las fuerzas, se pusieron de nuevo en marcha y, guiados por algunos indios, consiguieron llegar al lugar que los indios llamaban Apalache, donde esperaban encontrar las ansiadas riquezas que, al fin y al cabo, era el objetivo de la expedición. Sin embargo, una vez más, volvió a reinar la decepción, pues, además de unas cuantas casas de paja, lo único que allí había en abundancia era maíz. Por si esto fuera poco, sufrieron el ataque de los indígenas, aunque pudieron contrarrestarlo. Tras 25 días en Apalache, Narváez decidió que había que marcharse de allí. Así pues, se reanudó el viaje, siempre hacia el Oeste. En este punto, muchos pensaban que debían ir por mar hacia las zonas ya pobladas por los españoles, como en un principio había declarado Cabeza de Vaca. Y es que, después de seis meses, los hombres ya no tenían fuerzas y muchos enfermaron, más de un tercio de ellos. Así pues, se dirigieron a la costa; allí estaba la salvación: el mar...Pero no tenían barcos. Había, por tanto, que construirlos, pero, ¿cómo? La solución sólo podía llegar a través del ingenio, aguzado por aquella situación extrema en la que se encontraban. De esta forma, con gran imaginación y haciendo uso de todo el sentido práctico que eran capaces de desarrollar, aquellos hombres fabricaron las herramientas que necesitaban después de fundir toda clase de objetos de hierro que tenían a mano, como estribos y espuelas. También hicieron velas con sus ropas y, en cuanto a la madera, no tuvieron ningún problema, ya que a su alrededor había gran cantidad de árboles. Mientras construían aquellos barcos, iban matando un caballo cada tres días. Su carne servía para alimentar, sobre todo, a los enfermos y su piel la usaron para hacer recipientes donde llevar el agua. Al fin, después de un mes y medio, el 22 de septiembre de 1528, embarcaron 250 hombres en 5 rudimentarias barcas, después de haberse repartido la carne del último caballo sacrificado. En honor a estos animales, le pusieron a aquella bahía que ahora abandonaban el nombre de Bahía de Caballos
         La navegación, bordeando la costa, es uno de los episodios más dramáticos de los narrados por Cabeza de Vaca en su obra ya citada, Naufragios. Más de 30 días estuvieron deambulando sin saber por dónde iban, haciendo pequeñas incursiones en los poblados indígenas de la costa  -donde eran casi siempre recibidos con flechas-  y soportando terribles tormentas. Así llegaron a la desembocadura del río Mississippi, y continuaron navegando hasta que las tormentas fueron separando a las barcas unas de otras. Era ya noviembre y, cuando parecía que el frío y el agotamiento iban a terminar con todos, una noche la barca de Álvar Núñez terminó naufragando en una isla desconocida para ellos. El entusiasmo fue tan grande, que los que aparentaban estar muertos revivieron gracias a lo que pareció un milagro.
         En aquella isla, que los españoles llamaron Isla del Mal Hado, naufragó también otra de las barcas. En total, entre las dos embarcaciones lograron reunirse ochenta hombres. Sin embargo, tras el invierno sólo quedaron quince, que alcanzaron un estado tal de debilidad, que llegó a haber algún caso de antropofagia. De esos quince hombres, doce decidieron abandonar la isla y seguir el camino hacia Nueva España. Nunca más se volvió a saber de ellos. Uno de los tres que se quedaron en la isla fue Cabeza de Vaca, que había enfermado y que permaneció allí seis años más, conviviendo con los indios del delta del Mississippi. En aquellas tierras  logró sobrevivir ejerciendo de hechicero y de comerciante entre los indios. De esta forma, fue ganándose la fama entre las distintas tribus de indígenas. Finalmente, después de esos largos seis años en los que Cabeza de Vaca planeó una y otra vez la fuga, nuestro héroe logró escapar de los indígenas junto al otro español que quedaba en la isla, Lope de Oviedo. Los dos caminaron siempre hacia el Oeste, hasta que se adentraron en una zona de extensas praderas que parecían no tener fin y que estaban habitadas por inhóspitas tribus, por lo que Lope de Oviedo decidió darse la vuelta. Cabeza de Vaca se había quedado solo, pero prefirió continuar el camino. Así lo hizo, y la fortuna quiso que se encontrara con otros tres miembros de la expedición de Narváez, a los que el jerezano daba por muertos, como al resto de los hombres. Se trataba de Andrés Dorantes, Alonso del Castillo y Estebanico El Negro. Este último es considerado como el primer hombre de origen africano que estuvo en América.
         Y así, los cuatro juntos, caminando por inabarcables praderas donde los bisontes se contaban por millares y conviviendo con distintas tribus de indígenas, como la de los Sioux, consiguieron llegar a la cordillera de Sierra Madre, en el actual Nuevo México. Desde allí, se internaron hacia el Sur y, a medida que avanzaban hacia México, iban encontrándose con indígenas que parecían ser cada vez más civilizados. En uno de esos pueblos, uno de los españoles vio que un indígena tenía colgado al cuello una hebilla y un clavo de herradura. Después de preguntarle insistentemente, el indio le habló de unos hombres blancos que habían llegado hasta allí a caballo. Era la noticia que tanto esperaban. Sus compatriotas, por tanto, no debían estar muy lejos y, en efecto, pocos días después llegó el tan ansiado reencuentro. Éste se produjo en mayo de 1536. Fue con un grupo de españoles que, atónitos, llevaron a los cuatro supervivientes de la expedición de Narváez hasta Culiacán, donde estuvieron quince días. Después fueron conducidos a Compostela, en la Nueva Galicia. Allí se les proporcionó ropa y camas donde dormir, aunque, tras tantos años, se les hacía muy difícil ir vestidos y conciliar el sueño en un lugar que no fuera el suelo. Finalmente, llegaron a Méjico, donde fueron recibidos con todos los honores por el virrey, Don Antonio de Mendoza y por Hernán Cortés. En México estuvieron dos meses, recuperándose de varios años de angustiosa lucha por la vida.


                                             Ruta seguida por Cabeza de Vaca
       
         Fue el 9 de agosto de 1537 cuando Cabeza de Vaca desembarcó en Lisboa, y de allí pasó a España. Habían transcurrido diez largos años, a lo largo de los cuales Cabeza de Vaca recorrió gran parte del Sur de los actuales Estados Unidos de Norteamérica, de la costa del Atlántico hasta la del Pacífico. En su primera odisea americana, Álvar Núñez descubrió el río Mississippi, el río Grande o Sierra Madre; convivió con muchas tribus indígenas, unas veces actuando como su esclavo, otras como hechicero y otras como comerciante (llegó a decir que escuchó hasta mil lenguas distintas), logrando salvar su vida, en numerosas ocasiones, gracias a su ingenio. Pero, por encima de todo, nos dejó un testimonio de sus experiencias que, casi quinientos años después, nos sigue asombrando y conmoviendo. En ellas no vemos a un gran conquistador, sino a un náufrago perdido en la inmensidad de unas tierras desconocidas, por las que deambuló durante años con un único objetivo: sobrevivir.
          


         
         
      
      

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